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1864-2014: 150 años de la Primera Internacional
El 28 de septiembre de 1864, representantes de organizaciones obreras de los principales países de Europa occidental, reunidos en Londres, constituyen la Asociación Internacional de Trabajadores, la Primera Internacional.
Desde mediados del siglo XVIII en Europa occidental se estaba consolidando la transición del modo de producción feudal al capitalista. Cien años después, entre diciembre de 1947 y enero de 1948, Marx y Engels escriben el Manifiesto del Partido Comunista, que se publica en febrero de 1848 en Londres y cuyo comienzo es tan conocido como potente:
“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes (…)”.
El Manifiesto fue premonitorio de los acontecimientos que se desencadenaron poco después por toda Europa: los estallidos revolucionarios de febrero en París, en Viena un mes después y de nuevo en mayo. En la Confederación Germánica, también en marzo se produce la Märzrevolution (“Revolución de marzo”). Y asimismo en dicho mes comienza una serie de levantamientos populares en la península italiana, al igual que en Hungría. A lo largo de la primavera de 1848 en las regiones checas de Bohemia, Moravia y Silesia, en la ciudad polaca de Cracovia y en la región rumana de Valaquia. En Irlanda en el mes de julio.
Como explica Arrizabalo, las revoluciones de 1848 (la “primavera de los pueblos”, de acuerdo a la expresión del historiador Eric Hobsbawn), se extienden:
“En la historia del mundo moderno se han dado muchas revoluciones mayores, y desde luego buen número de ellas con mucho más éxito. Sin embargo, ninguna se extendió con tanta rapidez y amplitud, pues ésta se propagó como un incendio a través de fronteras, países e incluso océanos. En Francia, centro natural y detonador de las revoluciones europeas (…) la república se proclamó el 24 de febrero. El 2 de marzo la revolución había llegado al suroeste de Alemania, el 6 de marzo a Baviera, el 11 de marzo a Berlín, el 13 de marzo a Viena y casi inmediatamente a Hungría, el 18 de marzo a Milán y por tanto a Italia (donde una revuelta independiente se había apoderado ya de Sicilia). En aquel tiempo, el servicio informativo más rápido de que disponía un grande (el de la banca Rothschild) era incapaz de llevar las noticias de París a Viena en menos de cinco días. En cuestión de semanas, no se mantenía en pie ninguno de los gobiernos comprendidos en una zona de Europa ocupada hoy por el todo o parte de diez estados; eso sin contar repercusiones menores en otros países”.
Incluso no sólo a escala europea, sino mundial:
“Por otro lado, la de 1848 fue la primera revolución potencialmente mundial cuya influencia directa puede detectarse en la insurrección de Pernambuco (Brasil) y unos cuantos años después en la remota Colombia. En cierto sentido, constituyó el paradigma de “revolución mundial” con la que a partir de entonces soñaron los rebeldes, y que en momentos raros, como, por ejemplo, en medio de los efectos de las grandes guerras, creían poder reconocer. De hecho, tales estallidos simultáneos de amplitud continental o mundial son extremadamente excepcionales. En Europa, la revolución de 1848 fue la única que afectó tanto a las regiones “desarrolladas” del continente como a las atrasadas. Fue a la vez la revolución más extendida y la de menos éxito. A los seis meses de su brote ya se predecía con seguridad su universal fracaso; a los dieciocho meses habían vuelto al poder todos menos uno de los regímenes derrocados; y la excepción (la República Francesa) se alejaba cuanto podía de las insurrección a la que debía la existencia (ibídem)”.
Pero ya nada podría volver a ser como antes. No sólo porque el orden europeo del Antiguo Régimen había quebrado, sino porque estaban sembradas las semilla de la constitución de la clase trabajadora como movimiento obrero, lo que efectivamente se materializaría en el último tercio del siglo, con la proclamación de partidos obreros y grandes sindicatos obreros en toda Europa y otras regiones del mundo.
En 1864 se constituye la Primera Internacional, el primer agrupamiento de trabajadores de distintos países conscientes de la importancia decisiva del internacionalismo proletario. Antes por tanto de las siguientes oleadas revolucionarias que llevaron a la Comuna de París de 1871 o, ya en el siglo XX, a la revolución de octubre de 1917 en Rusia, que luego se extendería a Alemania entre 1918 y 1919 (y de nuevo en 1922-23), a Hungría en 1919, a China en 1927 y también en el caso español, en dos momentos, octubre de 1934 y desde julio de 1936 hasta mayo de 1937. En el transcurso de toda una serie de acontecimientos históricos, en 1889 se constituirá la Segunda Internacional, en 1919 la Tercera Internacional y en 1938 la Cuarta Internacional.
En este momento, con ocasión del 150 aniversario de la constitución de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Primera Internacional, para el Instituto Marxista de Economía es un honor reproducir a continuación dos documentos de un enorme valor histórico: su Manifiesto Inaugural y sus Estatutos provisionales. Deseamos una lectura estimulante y fructífera, en todo caso reveladora de la organización de la clase trabajadora, de forma totalmente independiente de la clase que la explota, de la clase capitalista. Necesidad, qué duda podría caber, plenamente vigente hoy.